jueves 28 de marzo de 2024 - Edición Nº1940

Opinión | 14 dic 2020

¿La muerte y el duelo es igual para todxs?


Por: Lic. Alejandra Giovacchini

Durante este año que ya está a punto de terminar, sucedieron cosas que,  la perspectiva de la historia, describirá como hitos, acontecimientos bisagra, puntos de inflexión, sucesos disruptivos, esos que se escriben en los libros para que otras generaciones tengan al menos alguna resonancia de lo vivido y lo sufrido.

Resulta un deslizamiento casi automático pensar, en este sentido en la pandemia por COVID 19, ese virus que dejó ausencias, muertes, miedos, desconfianzas, sentimientos de persecución, angustias y fantasmas relacionados con el peligro inminente de enfermar y hasta de morir.

La realidad de la muerte comenzó a formar parte del cotidiano, empezamos a saber, tan sólo encendiendo el televisor, sobre la cantidad de muertos, un número que relevó al de la temperatura, ese dato que muchas veces es consultado por la mañana para saber que trae el clima y como adaptarnos a esas inclemencias, eso que sucede a los humanos todo el tiempo y de lo que no podemos escapar ni hacer mucho al respecto, es ese el estatuto para el virus, irrumpe, se impone, no hay mucho que hacer al respecto, salvo “aislarse”, cuidarse del otro, “el otro puede ser portador de  lo que daña”.

En este marco de pandemia y en el intento de controlarla, se implementaron medidas varias de prevención de los contagios, entre las que se incluyó la suspensión de los rituales funerarios que nuestra sociedad vino practicando hasta el momento.

Los rituales son herramientas sociales para transitar lo dificultosamente transitable de la existencia, modos de cruzar a la otra orilla, de atravesar situaciones difíciles y lograr simbolizar finales y cambios de tiempos, etapas, estados. Son una instancia esencial del duelo, ese tiempo que transcurre entre la pérdida y el poder vivir sin lo perdido.

Escuchamos hablar del duelo corrientemente, “hay que hacer el duelo”, como si fuera una tarea que requiere la voluntad, si bien se trata de un trabajo, es uno de esos trabajos que se hacer más allá de la conciencia.

Según la mirada  del psicoanálisis, nuestros vínculos sociales, amorosos, humanos, representan la posibilidad de que el semejante, ese otro que es mi prójimo, signifique nuestra falta, lo que nos “hace falta”, depositamos en el o ella expectativas, anhelos, proyectamos imágenes con las que nos identificamos, algo de cada unx,  en el sujeto amado. La pérdida de esa persona nos deja sin ellx y sin lo que en ellx habíamos entregado de nosotrxs. El duelo es el tiempo que nos lleva encontrar algún otro lugar donde se reedite ese proceso.

Ahora bien, ¿implica eso que las personas sean intercambiables, que sean sólo lugares de depósito de lo de cada unx?,  ¡Claro que no! En cada uno de esos procesos hay una pérdida irremediable que nos enfrenta con lo irremediable de la muerte.

Ahora bien, en éste último mes, acontecieron dos episodios que tiñeron de tristeza y de muerte la vida del pueblo argentino y del futbol mundial. La muerte de Diego Armando Maradona y Alejandro Sabella, generaron una irrupción en las calles de tristeza, de euforia, de necesidad de decir con todos los modos y los tonos posibles el nombre de ese ser que se ofreció como nadie, en el caso de Maradona, a proyectar sobre su persona y su arte, los ideales de tantxs.

Sobrevuela entonces la pregunta acerca de si la muerte de un ídolo popular requiere otro modo de transitar el duelo, si es posible hacer ese desplazamiento de lo que cada unx ha proyectado en quien funciona y funcionará (tal vez aún con más fuerza a partir de la muerte incluso), como modelo, como ídolo, como oportunidad de llegar a esos lugares que hasta ese momento estaban vedados para ciertos grupos sociales para quienes las cosas suelen ser siempre más difíciles.

Es en ese sentido que los ritos resultan un modo particular y casi exclusivo, de duelar a un o una ídolx popular; cantar, ver videos, recordar jugadas, jugar a ser … Maradona, Sabella … Jugar, jugar con otrxs a que en cada quién ese ser está vivx en la ilusión de asemejarse a xl.

El trabajo que hace falta hacer para duelar la muerte de quienes funcionan como nuestrxs idolxs populares tiene características absolutamente diferenciales de quienes no lo son. La muerte es difícil de sentir y cotidianamente se escucha acerca de su vida tras la muerte, como resistiendo al duelo. Habría que pensar en otro modo de vivir en el pueblo más que en la muerte.

En ese sentido podría proponerse un acto distinto del duelo, es el acto de asumir ese otro modo de formar parte y sostener el lugar de identificación al que se ofrece el o la ídolx.

A nadie se le ocurriría pensar que la vida de,  por ejemplo Maradona, transitó los carriles habituales imaginables para una vida corriente. Hay algo de la muerte que tampoco funciona igual para quien asume durante la vida el difícil rol de sostener la ilusión de tantxs durante tanto tiempo. Hay también algo del duelo que requiere de otra resolución.

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