Después de una emotiva misa funeral y un cortejo cargado de profunda espiritualidad, el Papa Francisco encontró su descanso final en la Basílica de Santa María la Mayor. Aquel que pidió siempre “no olvidarse de rezar por mí”, ahora descansa frente a María Salus Populi Romani, la Virgen de la ternura que tanto amó.
Más de 200.000 personas, entre lágrimas y rezos, acompañaron la procesión que atravesó la Ciudad Eterna. Bajo el sol romano, los fieles dieron el último adiós a Jorge Mario Bergoglio, quien el Domingo de Pascua, apenas horas antes de su partida, se había despedido de la Plaza de San Pedro en un gesto sencillo y lleno de amor.
El cortejo recorrió las viejas ruinas del Imperio, pasando por el Foro Romano y el Coliseo, lugares donde Francisco había dejado su mensaje de paz y fraternidad apenas una semana antes. El papamóvil, convertido en coche fúnebre, avanzó lentamente hacia Santa María la Mayor, permitiendo que el pueblo —su pueblo— pudiera ver por última vez el sencillo ataúd de ciprés que llevaba al Papa del fin del mundo.
Ya dentro de la Basílica, el ataúd fue depositado unos instantes frente al icono de María Salus Populi Romani, y luego, en una ceremonia íntima y solemne, fue inhumado en el nicho entre la Capilla Sforza y la Capilla Paulina, cumpliendo su deseo escrito: descansar para siempre junto a la Virgen que lo inspiró a abrazar al mundo entero con misericordia.
Santa María la Mayor, la primera basílica mariana de Roma, guarda ahora su memoria junto a la de otros siete Papas, entre ellos Nicolás IV, el primer papa franciscano. La misma basílica donde tantas veces Francisco rezó al partir y al regresar de sus viajes, ahora es su hogar definitivo.
La ceremonia de sepultura, presidida por el cardenal camarlengo Kevin Farrell, siguió el rito milenario reservado para los pontífices. Sellos, bendiciones y el canto del "Regina Caeli" sellaron un momento de fe y de historia. Bajo una losa de mármol de Liguria, la tierra de sus ancestros, el primer Papa latinoamericano descansa, abrazado para siempre por el pueblo que tanto amó.
La despedida de Francisco fue un abrazo del mundo: jefes de Estado, líderes religiosos, inmigrantes, pobres y marginados estuvieron presentes, cumpliendo el sueño que siempre predicó: una Iglesia como una casa para todos.
"Y ahora te pedimos que vos reces por nosotros", exclamó entre lágrimas el cardenal Giovanni Battista Re durante la misa. Porque el Papa Francisco, que enseñó a no dejar a nadie atrás, seguirá vivo en la memora y en el corazón de millones de personas.