

Por: Ailin Valiñas Juarez
“En tres meses y dos días te veo” decía el mensaje de mi tía mientras se descargaba la foto del pasaje en italiano y yo sin entender el idioma. Empezaron las ilusiones, a mirar fotos de lugares, leer cosas fantásticas sobre Italia, me hice las típicas preguntas; ¿Y cómo será? ¿Me adaptaré bien? ¿Y si extraño a mi familia?. Hasta que llegó el día, despedí a mis amigos y familia, hice el check-in y me subí al avión. Una nueva aventura había comenzado.
Llegué a Italia con 19 años, con un máster de coctelería y 11 meses de experiencia laboral en el sector gastronómico. El idioma apenas lo entendía y de hablar...mejor ni hablemos. Armé un currículum y a los 10 días de mi llegada tuve la primera entrevista, es el día de hoy que no entiendo por qué me contrataron, dije hola y chau, más que eso no sabía. Y así empecé mi camino en el extranjero. Unos días después de haber empezado me advirtieron que tenía una semana para empezar a hablar fluído o sino me tenía que ir.
Creo que los primeros seis meses son el primer filtro para saber si nosotros somos para Europa, eso es lo que todos los extranjeros con los que hablé (y yo también) tardaron en adaptarse al idioma y la vida en otro continente. En esta etapa todos lloramos, llamamos a nuestros familiares cada día para extrañar un poco menos, nos sentimos raros al ir al super y no ver dulce de leche ni yerba, extrañamos la juntada de los sábados con los chicos, nos frustramos cuando pasaban los días y seguíamos sin saber el idioma.
Sabores, aromas, sensaciones
Los primeros días son todo un frenesí de emociones y ganas por descubrir cosas nuevas. El primer plato de pasta al pesto, la pizza Margherita, caminar por las típicas calles sin vereda, tomarte un café expreso en frente del Duomo Di Milano, son experiencias y recuerdos que jamás voy a olvidar y cualquier persona que sueñe con esto, debería darse la posibilidad de emprender en nuevas aventuras. Pero... ¿A qué precio?
La otra cara
Cuando lo nuevo deja de ser nuevo y se vuelve parte de nuestro día a día, cuando empezamos a jugar bajo las reglas del continente europeo, las cosas cambian. Como mujer y bartender tuve que enfrentarme a las risas de varios dueños de bares mientras me decían que ese lugar atrás de la barra, no era para mi, que barrer la sala y llevar una bandeja era más apto. Me choqué con personas que no quisieron mi CV por ser mujer y no hablar con excelencia el idioma, tuve que hacer malabares a fin de mes para poder cenar, pagar impuestos, el alquiler y el transporte. Trabajé en un hotel en la temporada de verano, triple turno y después de largos meses y muchas horas de trabajo acumulado, cuando terminó el contrato tuve que pedir prestado porque la paga no fue suficiente para ahorrar.
¿A qué precio?
Europa es hermosa, te abre las puertas a un mundo nuevo, podes lograr cada una de las cosas que te propongas allá. Nunca estuve más de tres días desempleada y salir de tu casa a cualquier hora sin mirar para todos lados fue el privilegio más grande que tuve viviendo tres años en Italia. Estuve en playas francesas, de vacaciones en Puglia, tomé cerveza en Bélgica y almorcé Paella en Barcelona, estas son algunas de las experiencias que me llevé por haberme ido. Pero… ¿A qué precio?
En tres años no hice un puto amigo
En uno de los bares donde trabajé estuve seis meses sin que me pagaran antes de tener que renunciar, un año y medio después sigo esperando ese sueldo. Para poder mantenerme y vivir me endeudé con el banco, ya no pude pagar más la habitación compartida que alquilaba. Cuando me sentí triste, cuando necesité un abrazo y un consejo me di cuenta que en tres años no había hecho ni un puto amigo.
Los amigos son un pilar fundamental en mi vida, por ellos me fui y por ellos volví. Me encontré extrañando las juntadas improvisadas con ellos, nuestras costumbres argentinas, esa calidez que nos diferencia del resto y nos vuelve un lugar único. Esta simpatía y compañerismo que tengo con mis amigos no la encontré en Italia. No todo es color de rosas allá afuera, como suelen decirnos.
Desde mi experiencia, aprendí que oportunidades hay en todos lados y están continuamente a nuestro alrededor, solo depende de cada uno estar dispuesto a verlas y querer pagar el precio por ellas. Hoy elijo estar de nuevo en este país y seguir creciendo día a día. Ojalá hace unos años alguien me hubiese enseñado a ver las oportunidades, creo que me hubiese vuelto mucho tiempo antes y hubiese evitado sentir el miedo de “Pero si me vuelvo a mi país ¿Qué voy a hacer?¿De qué voy a trabajar?”.
Hoy entiendo que volver no es “retroceder”, es cerrar un ciclo de experiencias y aprendizajes y seguir con mi camino de vida.