sábado 14 de junio de 2025 - Edición Nº2383

Opinión | 12 feb 2022

nueva sección de sábados

El reloj marcaba

En esta primera edición del "rincón literario" nos adentraremos en la cabeza de nuestro protagonista y su entorno material


Por: Marcelo Lescano

La casa se encontraba distinta a como yo la recordaba, antes me trasmitía una felicidad inconmensurable, ahora solo me generaba sensaciones lúgubres. Las paredes, las mismas que me eran gratas en mi niñez, ahora de joven eran el reflejo más puro del abandono. Tal vez deba dejar de pensar y volver a mi fría cama, absorta de cualquier calidez existente en este mundo. Pero un sinfín de pensamientos me imploran, hasta podría decir que me obligan, a quedarme sentado en este escritorio escribiendo estas líneas.

 

El cigarrillo se encuentra con su fiel amor, el cenicero. Los dos no están muy lejos mío, quizás a unos seis o siete pasos. Al lado de ellos se encuentra la botella de vino, que lo compré el martes, siendo hoy viernes. La bebida estaba en una góndola que no era la correspondiente a ella, y mi pensamiento más puro fue “si está apartada del resto es por algo”. Este mismo pensar me fue suficiente para terminar comprándola. Al lado de la botella, esta su compañera, la copa. A ella la compre junto con el resto de sus amigas, en un bazar que se ubica no muy lejos de mi casa. Los dos, al igual que el dúo anterior, forman una excelente pareja para este escritor aficionado.

 

Las luces del comedor están prendidas, haciendo un buen examen con mi vista noto que una de las tres se quemó, debí suponerlo, la tercera es la vencida. La televisión se encuentra en el estado de mute, el mismo estado que deberían tener algunas personas ahora que lo pienso. Están pasando una propaganda de un programa de chimentos. Uno no tiene tiempo para saber que Alejandro engaña a Julieta, ni mucho menos que entre ellos estuvo Martina que buscaba un lugar en el programa de baile.

 

Viajando con mi mente por la casa, llego al reloj, este se encuentra al lado de mi cama. Debería pasarle un trapo para sacarle el polvo que le dejó el paso del tiempo. Sus manecillas juegan una carrera en la que uno ya sabe cuál es el ganador. Ya no tiene alarma, en una caída perdió esa función.

 

Mi lapicera hace unos movimientos hipnóticos, de aquí para allá escribiendo oraciones tras oraciones, al menos, mientras le quede tinta. Ella, al igual que yo, no tiene pareja. Su compañero, el capuchón, se lo quedó quien alguna vez fue mi compañera, no me sorprende que se haya quedado con la mitad de las cosas en la separación. Ahora, mi lapicera y yo, somos uno. Ella escribe mis desgracias y yo contemplo su movimiento.

 

Hubo veces que me hubiera gustado ser un reloj, y no sé, detener el tiempo en los mejores momentos de mi vida. Quedándome a vivir en ellos tal vez, alargando la duración de ese encuentro inconcluso. Como por ejemplo cuando la abracé, nadie me dijo que ese sería el último abrazo que le daría, o el beso que me quedó por darle. Todavía tengo a este último encerrado en mi cajón de la mesa de luz, preso porque todavía quiere ir con ella.

 

Pero hoy debo ser realista y entender, que no soy un reloj, ni tampoco soy lo que quisiese ser. Tengo que ser de la cultura de los conformistas y entender, que fui feliz como nunca lo volveré a ser. Junto con esto me meteré en la cabeza que ella no necesitaba ni mis brazos ni mis besos, necesitaba los de otro. Incluso, haciendo uso de la razón, creo que entiendo, ella no era mía, sino que era mi turno de estar con ella.

 

Volveré a mi cama, de la que me levanté para escribir estas líneas, y daré por sabido algo obvio, el reloj no marcaba el paso del tiempo, el reloj marcaba mi felicidad. Y ahora, aunque yo no sea feliz, el reloj sigue marcando, tal vez, la felicidad de ella.

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