Por: Marcelo Lescano

Sabía que solo uno de los dos saldría vivo de esa situación, superados en número no había mucha alternativa. Miró a su compañero con una mezcla de valentía y temor, a la vez que revisaba su fusil. Contando las balas que le quedaban balbuceo una grosería a los aires. Su colega mientras tanto apretaba con fuerza el rosario que le colgaba del cuello.

Finalmente, los dos se pusieron a cubierto tras una piedra de gran porte y comenzó la balacera. El sonido de los disparos provenía tanto de un lado como del otro, y a medida que se vaciaba el cargador también lo hacían las posibilidades de una salida. En medio del receso de ambas partes, para cargar sus armas, miro a su compañero y le hizo entender que solo uno sobreviviría. Decidieron dejar la respuesta en manos de la suerte, por eso lanzaron una moneda al aire.

Cara sobreviviría uno, cruz sería el otro. La suerte eligió que el ganador sea su compañero, la estrategia estaba resuelta.

Tomando ambas armas con las manos se puso delante de la piedra y abrió fuego contra el enemigo. Escuchó gritos a lo lejos que daban cuenta que poseía buena puntería, hasta que empezó a sentir los primeros impactos. Uno de ellos tuvo como destino su rodilla izquierda, lo que hizo que deje de estar parado y sean sus rodillas sus nuevos pies. Otro de los impactos dio de lleno en uno de sus brazos, obligándolo a soltar uno de los fusiles. Sentía el arma mas ligera, se le estaba acabando la munición.

Cuando se quedó sin balas saco la 9mm de su bolsillo y siguió disparando. Hasta que finalmente recibió el último de los proyectiles, haciendo que se desplome boca abajo contra el suelo. Con la cabeza apuntando al horizonte veía como su compañero se alejaba. Espectador de esa imagen mientras una lagrima se desprendía de su ojo y correteaba por su mejilla.