jueves 14 de noviembre de 2024 - Edición Nº2171

Nacional | 27 oct 2024

Cuando el vecino es más competitivo


Por: Joaquín Nabais

Hay una frase de Charles De Gaulle que muchos utilizamos de guía: “La política es un asunto demasiado importante como para dejarla en manos de los políticos”. Eso es lo que viene pasando con la política argentina, por lo menos en los últimos años: un sistema político reventado, mayorías sin liderazgo y líderes sin mayorías, en eso estamos.
 
Ahora, estimado lector, usted me dirá: ¿Qué tiene que ver eso con Milei, con CFK y conmigo? Respondamos esto desde cómo se compone una identidad política. Cada uno de nosotros tiene una identidad política; es como una marca de nacimiento que va cambiando a medida que vivimos, aprendemos y nos adaptamos a nuestra cultura. Acá preferimos decirle momentos de adhesión y cierres. Lo que estamos viviendo en Argentina son momentos de cierres políticos. El kirchnerismo ya no es una clara mayoría como lo fue años atrás; ha pasado mucha agua por el puente. Las sucesivas derrotas en cuatro de las últimas elecciones legislativas y la paliza del 2023 deberían haber sido un parteaguas en la conducción de CFK, y no fue así.
 
Esa marca de nacimiento, que es la identidad política, ha cambiado en grandes porciones de los sectores populares. El kirchnerismo ya no representa esa unidad de imagen del peronismo y ha llevado a que todo lo que no se identifique con este caiga en la fórmula de la diferencia: aquello que no es kirchnerista es el enemigo para el kirchnerismo. La actitud jacobina de necesitar una producción incalculable de enemigos, esa fórmula ya pereció.
 
Ahora, este punto marca una inferencia importante: ¿Qué significa Milei en este contexto? En un primer nivel, la demolición de la representación política como la conocimos: un panelista económico que llega a la presidencia criticando a la élite burocrática del peronismo y al antiperonismo, un hombre que gobernó hasta estos meses sin partido político y que continúa planteando una nueva frontera fundacional, algo que ningún momento político, por lo menos desde la salida del alfonsinismo, se atrevió a hacer. En un segundo nivel, Milei simboliza lo que le pasa a la dirigencia política en general, que sin estructura y sin cargo institucional no puede ser competitiva.
 

La moraleja del pueblo pequeño

 
Imaginemos un pueblo pequeño donde la elección está polarizada entre dos candidatos. Uno de ellos es una figura política de alto perfil, alguien del establishment que lleva décadas en la palestra pública, nombres que han moldeado la política argentina de los últimos 20 años. Sin embargo, en esta elección particular, la familiaridad y el poder de este candidato son irrelevantes.
 
En este contexto, cualquier vecino común, sin historial político, puede desafiar al candidato famoso y ganar el voto de sus pares. ¿La razón? La creciente desconexión entre la figura de la clase política y las realidades cotidianas de la gente. Este ejercicio muestra cómo la identidad y el poder de la política tradicional pueden volverse irrelevantes cuando la imagen de estos actores es des identificada por las mayorías.
 
Aclaración: esto no quiere decir que un Sergio Massa, una Cristina Kirchner o un Mauricio Macri no tengan adhesión. Por el contrario, tienen méritos en mantener una mínima adhesión del electorado. Pero el punto no es que el hijo de vecino del pueblo va a ganar, sino que cualquier persona es competitiva polarizando con ellos. El único que parece haber entendido esto es Macri, manteniéndose al margen de la gran discusión pública, pero entendiendo que es Milei quien lidera el proceso, más allá de los conflictos por la estructura de gestión del Gobierno Nacional.
 
Esta situación muestra que, en un sistema donde las estructuras tradicionales no logran conectar con las demandas del momento, el poder simbólico de los grandes nombres se desvanece, dejando espacio para alternativas inesperadas. La política, como dijo De Gaulle, es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos, y en esta era de disrupción, el poder de representación parece regresar a los ciudadanos.
 
Quizá esta sea la verdadera moraleja del pueblo pequeño: el cambio no viene de quienes siempre han estado en el centro, sino de aquellos que, fuera del foco, logran sintonizar con el pulso de la sociedad.
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