domingo 06 de julio de 2025 - Edición Nº2405

Nacional | 5 jul 2025

La Argentina no pide unidad dirigencial sino una alternativa a Milei

El peronismo bonaerense selló la unidad y Axel Kicillof dejó pasar una oportunidad de liderar una nueva etapa. La unidad con los actores que perdieron en 2023, ¿Es el principio del fin?


Por: Lic. Marcel Aguilera

La unidad ha sido decretada. Axel Kicillof cedió ante la imposición de una foto que no lo favorece: junto a Máximo Kirchner, Sergio Massa y Juan Grabois. Una postal que le sirve a todos, menos a él. Porque en esa imagen no hay lugar para hablar de renovación sino de inflación, por el recuerdo reciente del último gobierno.

Kicillof pierde quizás una de las últimas oportunidades históricas: asumir la conducción real del peronismo bonaerense. Durante su segundo mandato en la Provincia de Buenos Aires se perfiló como una figura con volumen propio, con gestión activa y respaldo territorial de al menos 40 intendentes. Eligió, sin embargo, volver a coordinar con el mismo sistema que perdió las últimas elecciones contra la Libertad Avanza.

En términos de gestión, el gobernador venía jugando un partido en espejo al del Presidente: políticas públicas opuestas, tono moderado, territorialidad. En términos electorales, sin embargo, decidió no replicar esa estrategia. Milei "jubiló" a Macri y arrasó con los restos del PRO en CABA -cuna del macrismo-. Kicillof eligió no jubilar a Cristina y, en cambio, se encolumnó detrás de una unidad que no representa lo nuevo, sino la nostalgia de una época que no construye mayorías.

Con esa decisión, el peronismo bonaerense perdió una chance vital de renovarse. Optó por sostener la superestructura de siempre, como si el paso del tiempo y la épica militante alcanzaran para mantener el voto popular. Pero esa cuerda, que aun no se rompió, está demasiado tensa.

No sería la primera vez que un movimiento histórico se vuelve incapaz de leer el momento. El PRI en México, nacido al calor de la revolución y de líderes como Pancho Villa, también creyó que su poder era eterno. Gobernó con hegemonía durante décadas, hasta que el hartazgo social y un primer experimento opositor lo sacaron del poder en el año 2000. Recuperó brevemente la presidencia, pero terminó eclipsado por Morena y López Obrador. Hoy, apenas resiste como un recuerdo difuso del siglo XX.

Lo mismo puede decirse de la Unión Cívica Radical, que durante los 90 imposibilitó una renovación a través de la conducción de Alfonsín y culminó con la Alianza de 2001, para nunca lograr reconstruir un proyecto de poder nacional. Sobrevive en algunas intendencias, estructuras universitarias y alianzas con otros partidos, pero perdió su centralidad histórica. El peronismo, que durante años se creyó inmune a ese tipo de decadencia, hoy corre el mismo riesgo si no interpreta que el con el poder simbólico no alcanza cuando la representación real se desmorona.

¿Puede pasarle eso al peronismo? Sí. Sobre todo si sigue actuando con la soberbia de quien cree que los votos volverán por inercia. Como si bastara con juntar a los dirigentes, sobre todo a los mismos que llevaron al espacio a perder en casi todo el país, para que el electorado mágicamente los perdone. Como si el problema fuera de formas, no el fondo.

Argentina no está pidiendo una unidad entre los mismos de siempre. Gran parte del electorado sufre el feroz ajuste del gobierno de Javier Milei, y pide una alternativa que no es el kirchnerismo en su versión agotada. Y mientras los dirigentes pelean por la lapicera, la mitad del país decide no ir a votar. No por apatía, sino por desilusión.

La desconexión entre la dirigencia kirchnerista y la sociedad es cada vez más evidente. Según los últimos resultados electorales, alrededor del 50% no esta yendo a votar dependiendo cada provincia. Del 50% que si lo hace (en promedio) no eligen opciones kichneristas. La tendencia indica que apenas 2 de cada 10 argentinos se sienten convocados por la propuesta actual del peronismo en su versión kirchnerista. Sin embargo existe una posibilidad de crecer que es ir a buscar a la gente que no está yendo a votar, y eso inevitablemente es desde una nueva propuesta.

Y si la única herramienta histórica del movimiento fue la representación popular para enfrentar a los poderes concentrados de la argentina, ¿qué le queda cuando esa representación se diluye?

La respuesta es incómoda: le queda la consigna vacía, las cartas por tuiter, el peso de la historia y una nostalgia que no interpela al laburante de a pie.

Perón decía que los pueblos casi nunca se equivocan. Si hoy el pueblo no se siente convocado, escuchado ni representado por quienes conducen el PJ, ¿por qué no podría apagarse esa mística que parecía eterna? La soberbia parece no permitir hacerse estas preguntas que de mínima, servirían para prevenir y mejorar.

Si bien la historia no se repite de forma exacta -el peronismo no es la UCR ni la Argentina es México-, sirve como referencia para dimensionar la situación actual. Hoy, el peronismo necesita una renovación de shock, casi total. Sin representación popular real, lo que queda son consignas vacías y comunicados largos que circulan en Twitter. Y eso, por sí solo, no alcanza. La soberbia en política se paga caro.

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