viernes 26 de abril de 2024 - Edición Nº1969

Opinión | 11 sep 2021

campañas

Las prácticas de siempre


Por: Ezequiel Luis Sánchez

El ‘’Daisy spot’’ del año 1964 abrió un camino que al día de hoy se encuentra más frecuentado que nunca. Aquel revolucionario anuncio electoral retrata cómo una pequeña niña de tres años se encuentra contando pétalos de una flor en forma inexacta. Instantes después, llegamos a un sorprendente desenlace: repentinamente, comienza a oírse una voz masculina que inicia una cuenta regresiva de lo que pareciera ser un lanzamiento de misiles. Al llegar a cero, observamos una impactante recreación de lo que fueron los ensayos nucleares previos a las explosiones de las bombas de Hiroshima y Nagasaki que dieron fin al conflicto bélico más grande de la historia.

El origen de este spot se basa en la búsqueda de Lyndon Johnson (uno de los candidatos a presidente de Estados Unidos en ese entonces) por inclinar las pasiones electorales de manera contundente a su favor. El medio que creyó más acertado para lograr su cometido fue infundir miedo en la población respecto a las hipotéticas medidas de gobierno que su rival, Barry Goldwater, podría llegar a tomar en caso de ganar, haciendo alusión al uso de estos artefactos de destrucción masiva. Y por supuesto que lo logró. ¿Cómo no iba a lograrlo? La llegada de un apocalipsis nuclear no era un pensamiento alocado y lejano en esos tiempos, sino que constituía una posibilidad más que latente durante la Guerra Fría.

Con tan solo una emisión, dicho anuncio marcó un antes y un después en la historia de la propaganda. Este hecho terminó siendo la génesis de la técnica comunicacional por excelencia en la modernidad política: la campaña sucia o negativa, que se ha vuelto moneda corriente en cada escenario electoral.

Situémonos en el caso más concreto que podemos encontrar en nuestro país. A tan solo una semana de las elecciones del año 2015, cierto grupo de personas integrado por periodistas y diputados de notoria relevancia optó por acusar al exjefe de gabinete, Anibal Fernández, de ser ‘’La Morsa’’, uno de los implicados en un resonante caso de tráfico de efedrina. Más allá de que no sabemos ‘’qué hubiera pasado si…’’, quienes estuvimos atentos a aquella contienda sabemos que la campaña de difamación contra Fernández fue un punto de inflexión respecto al resultado que terminó arrojando la elección en la Provincia de Buenos Aires. Cinco años después, la situación fue clarificada y se desmintió cualquier argumento respecto a la posibilidad de que el viejo caudillo peronista fuera narcotraficante o un implicado del ‘’Triple crimen de General Rodríguez’’. Finalmente, todo era parte de una extrema jugada para dañar su imagen e inclinar la elección en favor de María Eugenia Vidal, quien sería electa como la próxima gobernadora bonaerense.

Pero no es necesario transportarnos casi sesenta -o seis- años en el tiempo, ni mucho menos los 9.000km que separan nuestro país de EE.UU., sino que en la Provincia de Buenos Aires, y más precisamente en nuestra querida Ciudad de La Plata, seguimos sufriendo las mismas prácticas de siempre.

Facundo Manes, el neurocientífico y precandidato a Diputado Nacional por la lista ‘’Dar el Paso’’ que disputará la interna de ‘’Juntos’’ en la Provincia de Buenos Aires, sufrió la vandalización en forma sistemática de más de 100 carteles y pasacalles durante el último mes en el cual se llevó adelante la campaña electoral. A estos hechos denunciados semanas atrás en el Juzgado Federal N°1, se sumó el reclamo impulsado por distintos dirigentes de la Unión Cívica Radical de acceder a las cámaras municipales para identificar a los culpables de dicho ensañamiento contra la figura del candidato. No hubo respuesta.

Constantemente observamos a diferentes figuras del ámbito político hablar sobre su deseo de dejar atrás ''las viejas mañas'', apostar a la transparencia y escuchar los reclamos de.la gente para alcanzar consensos. Pero, ¿cómo podemos confiar en ello si a la primera de cambio se desata una guerra sin cuartel por instalarse en el espacio y la opinión pública?

Resulta correcto afirmar que la ética -o la moral, en su defecto- atraviesa prácticamente cualquier disciplina. Pero, siendo realistas, el campo de la política suele alejarse bastante seguido del ‘’deber ser’’. La comunicación, en ese sentido, también acostumbra el mismo camino gracias a la intrínseca relación que ambas guardan. Entonces, ¿el fin realmente justifica los medios? ¿Es posible actuar sin reparo en cuanto a comunicación y su campo de acción refiere? ¿Sería sensato siquiera plantearnos aquel dilema moral que atañe a sus límites de aplicación?

La juventud, los trabajadores, los estudiantes, y el pueblo en sí, está agotado de enfrentarse al histórico egoísmo de la casta política que pocas -y casi nulas- veces ha brindado respuestas a los reclamos que habitualmente expresa la voluntad popular. La ciudadanía exige oportunidades, seguridad, empleo y más y mejor educación; no un discurso de falsa cercanía con la gente que se disfraza a través de un marketing empalagoso.

Estas famosas campañas negativas representan un fiel reflejo de hasta dónde uno está dispuesto a tensionar situaciones para alcanzar determinados objetivos. Es habitual soportar la chicana y sus variantes típicas; pero el hecho de ''ir al barro'' no debe interpretarse de tal forma que implique destruir al rival de turno como si de una conflagración se tratase. Creo, en lo personal, que incluso deja bastante que desear por parte de aquellos que llevan adelante estas prácticas con total naturalidad para alcanzar resultados electorales. ¿Es realmente necesario circunscribir la estrategia electoral a esta desgastante técnica? Hoy, lamentablemente, se castiga más a aquel que busca el debate que a quien recurre a la violencia como forma de ‘’construcción’’ política.

Por supuesto que la campaña sucia ha demostrado buenos resultados reiteradas veces, pero debemos recordar que a la hora de hacer campaña y todo el contenido comunicacional que conlleva, del otro lado siempre encontraremos como destinatario a una persona o grupo de ellas. Y el hecho de comprender sus sentimientos -y todo lo que ello implica- con el objetivo de canalizar sus más variadas demandas, no nos da permiso para abusar de su confianza. Hoy, restando pocas horas para que se celebren unas nuevas elecciones legislativas en nuestro país, el destinatario de estos mensajes cargados de violencia política es, nada más ni nada menos, el pueblo.

Realizar o fomentar deliberadamente prácticas de este estilo (que busquen dañar y sacar algún tipo de tajada a cambio) resulta violento para la libertad, la fraternidad, la solidaridad, la igualdad, y la conjunción más acertada de todas ellas: la democracia. No es en vano destacar que, quienes muchas veces dicen defender estos valores, son los primeros que atentan contra ellos.

Entonces, me pregunto, ¿hasta cuándo las mismas prácticas de siempre? Probablemente sea arduo el camino que nos lleve a finalmente dejar atrás estos hechos que tanto vician nuestra herramienta transformadora de la realidad. Tampoco se busca con esta pequeña nota de opinión instalar el ideal de una paz-política-perpetua, porque sería muy ingenuo de mi parte. Sin embargo, elijo creer que aquellos que dicen ‘’escuchar’’ las demandas de la población reflexionarán respecto a sus hábitos antidemocráticos que tanto daño hacen a nuestra república.

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