

Por: Marcelo Lescano
“¿Qué piensas?” preguntó ella con desesperanza, “que estaremos bien” respondió él intentando calmar las aguas. Ambos estaban sentados con la espalda sobre uno de los pilares del centro comercial. Él la rodeaba con su brazo mientras ella acariciaba la mandíbula de su pareja. El derrumbe los encerró en uno de los sectores del edificio, solos, malheridos y a la buena de Dios. Las horas pasaban y el panorama no tenía buen augurio.
-no cierres los ojos, si los cierras perderás-dijo él
-no lo sé, estoy muy cansada, los párpados me pesan-replicó ella- ¿escuchas eso? -preguntó rápidamente
-sí, es una canción, el edificio debe tener energía para los altavoces parece ser-
-es mi canción favorita, amaba cuando la ponían en la radio
-seguro la escucharemos cuando nos rescaten-un silencio incomodo se posiciona en medio de la pareja-si pudieras pedir un deseo ¿Qué pedirías? -preguntó para sofocar el silencio que había
-que la canción nunca termine, me transporta fuera de acá-
Él descanso la vista un segundo, o eso pensó, y cuando volvió en sí su corazón se destrozó. Su compañera tenía los ojos cerrados y el cuerpo frío. La abrazó con todas su fuerzas y bañado por sus lágrimas. No quería ser rescatado, quería estar con su compañera. Decidido se dispuso a cerrar los ojos, pero antes notó algo curioso. La canción seguía sonando por los altavoces, el deseo de ella se había cumplido.
Cuando los rescatistas llegaron encontraron a dos cuerpos sin vida, con las manos tomadas. Sus dueños se fueron a dar una vuelta al ritmo de la canción.